La enfermedad de Parkinson es la segunda enfermedad del sistema nervioso central más frecuente a nivel mundial. Fue descrita desde 1817 por James Parkinson como una patología que afecta a la ejecución del movimiento de los individuos (motores), debido a que se evocan síntomas como temblor, lentitud en los movimientos, inestabilidad postural, marcha arrastrada, rigidez muscular, movimientos involuntarios y sensación de incapacidad para ejecutar el movimiento. No obstante, también se han reportado síntomas no motores a causa de la enfermedad de Parkinson como salivación excesiva, dolor inexplicable, bajo volumen de voz, problemas gastrointestinales, deterioro de funciones mentales, síntomas psicóticos, entre otros.
Una de las hipótesis actuales de la causa de la enfermedad de Parkinson y consecuentemente la progresión de los síntomas antes descritos, es que se desarrolla a partir de órganos que pueden tener un contacto indirecto o directo con el ambiente. Se piensa que las estructuras implicadas en el olfato (bulbo olfatorio) y los órganos dentro del sistema gastrointestinal (intestinos), participan de manera activa en los inicios de la enfermedad de Parkinson.
Los trabajos de investigación señalan que los síntomas no motores (predominantemente gastrointestinales) pueden aparecer años antes del diagnóstico clínico de la enfermedad, y las alteraciones patológicas de la enfermedad de Parkinson pueden, a su vez, iniciar en el tracto gastrointestinal, para después migrar hacia el sistema nervioso central. De modo que factores externos como la dieta puede funcionar como terapias complementarias para el tratamiento de la enfermedad. No obstante, solo se pueden llevar a cabo bajo la recomendación y supervisión del personal médico capacitado.
En este sentido, se ha visto que la microbiota (conjunto de microorganismos que residen en diferentes sitios de nuestro cuerpo) se ve alterada en los pacientes con enfermedad de Parkinson, específicamente existe una disminución en la diversidad de la microbiota intestinal y un aumento de bacterias no benéficas (patógenas) para el individuo, debido a factores aún no conocidos. No obstante, la población de bacterias asociadas a los intestinos se puede modificar en plazos cortos de tiempo mediante la dieta. La evidencia científica muestra que diferentes tipos de dieta han manifestado mejorías en los pacientes con enfermedad de Parkinson.
El consumo de alimentos de la dieta mediterránea se ha asociado con una disminución de la progresión de la enfermedad de Parkinson y además un menor riesgo de desarrollarla. Existen reportes donde muestran mejoras en las funciones cognitivas (procesos mentales como la memoria, lenguaje, entre otros) en los pacientes con Parkinson que consumieron la misma dieta. Uno de los principales efectores de la dieta para los pacientes con enfermedad de Parkinson, son los polifenoles (familia de sustancias químicas encontradas en las plantas como productos de su metabolismo). El consumo de alimentos que contienen estas moléculas permite aumentar el número y el porcentaje de bacterias benéficas para los individuos, además se ha encontrado que grupos específicos de bacterias patógenas son sensibles a los polifenoles, por lo que también tienen efectos antimicrobianos.
Por otro lado, los tipos de dietas restrictivas de carbohidratos como la dieta cetogénica, ralentiza las afecciones propias de la enfermedad de Parkinson en el sistema nervioso central y aumenta la producción de factores protectores cerebrales en las regiones afectadas por el Parkinson. A consecuencia, disminuyen los signos y síntomas tanto motores como no motores antes mencionados, mejorando a su vez las habilidades motoras de los pacientes.
Por el contrario, existen alimentos asociados a una progresión más rápida de la enfermedad de Parkinson, estos son frutas y verduras enlatadas, refrescos, alimentos fritos, carne de res, helado, yogurt y queso (figura 1), lo cual se ha demostrado en múltiples investigaciones científicas, además son factores de riesgo para otras enfermedades crónicas.
Para concluir, la evidencia científica respalda que los factores externos como la dieta pueden tener un impacto sobre una patología tan compleja como lo es la enfermedad de Parkinson, dependiendo de lo alimentos consumidos se puede asociar con un pronóstico particular en los pacientes con la patología. De este modo, se ha observado que el consumo de alimentos ricos en polifenoles puede mejorar tanto los síntomas motores como no motores, mientras que el consumo de alimentos ricos en grasas y azúcares puede provocar efectos adversos y una progresión más rápida de los síntomas de la enfermedad de Parkinson.
Figura 1. La calidad y el consumo de nutrientes en la dieta pueden afectar de manera tanto benéfica como perjudicial al progreso de la enfermedad de Parkinson mediante su interacción con la microbiota intestinal y la liberación de moléculas que impactan en las condiciones neuronales o del sistema nervioso central.
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