Los coronavirus son una familia de virus denominados así por poseer una morfología que denota la apariencia de una corona. El primero de ellos fue identificado en 1960 por Tyrrell y Bynoe en tejido humano obtenido del tracto respiratorio de un adulto que padecía de un resfriado común. Desde ese momento, el coronavirus tipo 2 causante del síndrome respiratorio agudo severo (SARS-CoV-2) es el séptimo coronavirus que se conoce que afecta a los humanos.
Inicialmente se sugirió que el SARS-CoV-2 provocaba únicamente una enfermedad respiratoria. Sin embargo, recientemente se identificó que el 36.4% de los pacientes con infecciones graves presentan síntomas neurológicos.
Una de las principales causas por las cuales existen problemas neurológicos es la ruptura de la barrera sangre-líquido cefalorraquídeo y la barrera hematoencefálica (para conocer como ingresa el SARS-CoV-2 al cerebro vea ¿Cómo afecta el coronavirus al cerebro?), ya que permite la acumulación de líquidos en el tejido cerebral (edema), esto a su vez puede comprimir el tronco encefálico, una región del sistema nervioso central que conecta al cerebro con la médula espinal, comprometiendo la actividad respiratoria involuntaria. Además, se permite la entrada de citocinas (mensajeros del sistema inmune) al tejido cerebral conduciendo al aumento en la coagulación sanguínea junto con la posterior formación de trombos, lo cual lleva a la interrupción del aporte sanguíneo en el cerebro y muerte neuronal.
Por otra parte, se ha sugerido que la disminución en la captación de oxígeno debido al daño pulmonar por la enfermedad COVID-19 causa afección en diversos órganos del cuerpo que conducirán, mediante un efecto en cascada, a la lesión neuronal. Asimismo, se observó, mediante estudios de neuroimagen en un paciente de Michigan, que existe daño neuronal en la región central de la base del cerebro (tálamo) y en la capa más superficial del cerebro (corteza cerebral). Además, se confirmó la presencia de edema. En otro caso se reportó afección a nivel del lóbulo temporal derecho y el hipocampo, no obstante, no hubo evidencia de edema cerebral.
Cabe señalar que los síntomas más comunes tras la infección por SARS-CoV-2 son vértigo, cefalea o dolor de cabeza, alteración de la conciencia, convulsiones, falta de control muscular y enfermedad cerebral aguda. Sin embargo, dichos síntomas neurológicos ocurren durante las primeras etapas de la enfermedad, por tanto, las secuelas neurológicas incapacitantes, como hemorragias, ocurren solo en pacientes graves por COVID-19 (Figura 1). No obstante, los síntomas neurológicos como el dolor de cabeza, presente en un gran porcentaje de casos de COVID-19, es causa de complicaciones neurológicas, ya que probablemente el SARS-CoV-2 invade las terminaciones del nervio trigémino, nervio craneal encargado de la sensibilidad de la cabeza y del movimiento de los músculos de la masticación, junto con sitios de mayor expresión de la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2) (leer este artículo). A consecuencia aumenta la cantidad de angiotensina II y este puede ser un factor importante para el desarrollo de migraña, pues se ha relacionado con la modulación del dolor y deterioro cognitivo.
En conclusión, las secuelas neurológicas por el SARS-CoV-2 son variadas y dependen de la gravedad de la enfermedad. Es así que los pacientes más graves son los que presentan mayores afecciones neurológicas incapacitantes, sin embargo, un alto porcentaje de personas que padecen la infección por el virus, presentan dolor de cabeza, un síntoma que se ha subestimado, pero que puede tener implicaciones trascendentales y debe investigarse más a fondo.
Figura 1. Principales secuelas en el sistema nervioso central por COVID-19. La formación de edemas propicia la contracción del tejido cerebral y la muerte celular. Además, la interrupción del aporte sanguíneo que interrumpe el aporte de oxígeno y nutrientes a las células conlleva a la degeneración de las neuronas.
Bibliografía:
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