Estamos en el año 2020. Es la época de los viajes espaciales exitosos y los teléfonos inteligentes (tan inteligentes que un solo ‘smartphone’ posee más capacidad de cómputo que todo el equipo empleado para enviar al hombre a la luna por primera vez)[1]. Rodeados de estos y mucho otros logros tecnológicos, la pregunta “¿qué es y cómo se esparce un virus?” parece obsoleta y respondida hace mucho tiempo. Hoy sabemos mucho sobre los virus: que no son seres vivos, que tomar antibióticos no es útil si tenemos una infección viral, etc., (¿Quieres saber más? Haz click aquí). Sin embargo, en medio de la pandemia ocasionada por el coronavirus SARS-CoV-2, la humanidad se da cuenta de que no sabemos tanto sobre los virus, y que la naturaleza nos puede tener sorpresas inesperadas a la vuelta de la esquina.
Podemos imaginarnos a un virus como un rompecabezas tridimensional (con una forma parecida a la de un balón de fútbol), en cuyo interior están las instrucciones para fabricar las piezas, pero no para el armado. Este rompecabezas se desarma al entrar en las células, liberando su instructivo. El instructivo está escrito en el lenguaje que usa la naturaleza para ello: genes. Cada gen en el virus contiene una instrucción y la colección de esos genes es su material genético (que puede ser ADN o ARN) y contiene todas las instrucciones necesarias para transformar a las células infectadas en fábricas de piezas del virus y de más copias del instructivo. [2]
Un detalle fascinante y desconcertante de los virus es que poseen un proceso de ensamblaje automático y espontáneo. Si alguna vez has armado un rompecabezas (y aún si no), es fácil imaginar que, a mayor número de piezas, la tarea se vuelve más y más difícil. Ahora pensemos que en nuestra mesa está, desarmado, un rompecabezas de 1,000 piezas. Complicado pero posible, ¿cierto? Ahora pensemos que esas mil piezas están mezcladas con otros miles de piezas de distintos rompecabezas: algunas más grandes, algunas más pequeñas, pero muchísimas. ¡La tarea se vuelve más difícil aún! Sería impensable que, si abandonáramos la mesa con miles de piezas, al volver a ella encontráramos que el rompecabezas se armó a sí mismo haciendo a un lado las piezas que no son suyas, ¿verdad? Pues bien, un virus se arma a sí mismo sin ayuda y sin estar vivo. Algunos virus son muy simples y pequeños, con alrededor de 60 piezas, pero lo más común es que tengan entre 1,000 y 10,000 de ellas. [3] ¿Cómo lo logran?Platicaremos los detalles en la segunda parte de este artículo. ¡Hasta la próxima!
¿Te imaginas que este origami se armara a sí mismo, sin tu ayuda?
¡Un virus lo hace!
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Ciclo_replicativo_de_los_virus
[3] J D Perlmutter, M F Hagan, Mechanisms of virus assembly, arXiv:1407.3856 (Para leer haz click aquí).
Figura: Icosaedro de origami modular. (Ver original aquí).
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